Chile, Argentina y Bolivia atesoran en depósitos subterráneos de salmuera el 56% de los recursos mundiales identificados del codiciado metal que da vida a celulares, computadoras y automóviles.El inmenso rompecabezas de piscinas turquesa contrasta con un desierto de sal que parece infinito, paisaje recurrente en los confines de Chile, Argentina y Bolivia, donde el «triángulo del litio» aglutina esperanzas, miedo y desilusión.

Esa árida triple frontera de Sudamérica atesora en depósitos subterráneos de salmuera el 56% de los recursos mundiales identificados del codiciado metal que da vida a celulares, computadoras y automóviles.

El llamado «oro blanco» o «petróleo del siglo XXI» ha visto su precio dispararse desde 5.700 dólares la tonelada en noviembre de 2020 a 60.500 en septiembre pasado gracias al boom de los vehículos eléctricos, cuando el mundo busca alejarse de los combustibles fósiles para frenar el calentamiento global.

Pero el lado oscuro del litio es que cada planta consume millones de litros de agua por día y las comunidades agrícolas de este rincón de Sudamérica, azotado por la sequía, temen por su medio de vida.

«El mejor salar»

La ruta del litio empieza en el norte de Chile. Del salar de Atacama, una planicie marrón y rocosa por la que apenas se puede caminar, salió el 26% de la producción mundial en 2021, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS).

La cifra fue solo superada por Australia, con el 55%, pero extraído de rocas.

En Atacama, los camiones zigzaguean entre albercas donde la salmuera, una mezcla de agua y sales, se evapora lentamente antes de ser llevada a una planta química para separar el litio del líquido.

«Es, por lejos, el mejor salar del mundo», asegura a la AFP Juan Carlos Guajardo, director de la consultora Plusmining. 

Chile, donde se extrae litio desde 1984, lo hace más rápido que sus vecinos porque la escasa lluvia y una radiación solar extrema aceleran la evaporación.

Pero sus leyes dificultan otorgar concesiones de explotación desde que la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) lo declaró de «interés nuclear» por su uso en la fabricación de bombas de hidrógeno.

Los derechos están en manos de la estadounidense Albemarle y la chilena SQM, que pagan regalías de hasta el 40% de las ventas, además de cifras millonarias a comunidades aledañas.

Solo en el primer semestre de este año, la recaudación fiscal por el litio llegó a superar la del cobre, conocido popularmente como el «sueldo de Chile».

Ante semejante auge, el presidente izquierdista Gabriel Boric prometió crear una empresa nacional de litio, pero sin excluir la participación privada.

Flamencos muertos

Pese a los acuerdos alcanzados con los pueblos atacameños, algunos siguen viendo el litio como amenaza. 

Este año, un estudio en la revista Proceedings of the Royal Society B asoció la minería de litio a una caída del número de flamencos en Atacama.

«El desarrollo de tecnologías para frenar el cambio climático se ha identificado como un imperativo mundial. Sin embargo, estas tecnologías ‘verdes’ pueden tener un impacto negativo en la biodiversidad», asevera el estudio.

En 2013, una inspección a SQM constató la muerte de un tercio de los algarrobos del predio. La causa probable, según un estudio posterior, fue la falta de agua.

La empresa informó haber usado cerca de 400.000 litros por hora este año.

«Queremos saber, a ciencia cierta, cuál ha sido el real impacto de la extracción de agua de las napas», reclama Claudia Pérez, de 49 años, residente del valle del río San Pedro y trabajadora de un programa estatal de apoyo a comunidades indígenas. 

No está contra del litio, pero exige «minimizar el impacto negativo a la gente».

«Litio no comemos»

Del otro lado de la puna andina, la ruta serpentea entre Olaroz, Cauchari y otros salares de las provincias argentinas de Jujuy, Salta y Catamarca, que albergan el segundo mayor depósito de litio del mundo.

Con pocas restricciones para su explotación y regalías de solo 3%, Argentina figura como cuarto productor mundial con dos minas: la estadounidense Livent tiene una desde los noventa y la otra, más reciente, es una sociedad de Australia, Japón y una empresa pública argentina.

Decenas de proyectos de firmas estadounidenses, chinas, francesas, surcoreanas y locales hacen que Argentina, en medio de una grave crisis económica, proyecte extraer más litio que Chile antes de 2030.

Según Roberto Salvarezza, presidente de las estatales YPF-Litio e YPF-Tec, la producción se quintuplicaría hacia 2025.

El gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, incluso invitó en abril vía Twitter al líder del gigante de la electromovilidad Tesla, el magnate estadounidense Elon Musk, a invertir en la provincia cuando este se quejó del alto precio del litio.

Pero en Salinas Grandes, desierto entre Salta y Jujuy, los visitantes se topan con un cartel que dice: «No al litio, sí al agua y a la vida». En 2019, sus pobladores expulsaron a dos mineras que pretendían establecerse en la zona. 

«No es, como dicen, que ellos van a salvar al planeta… Nosotros tenemos que dar la vida para salvar al planeta», sentencia Verónica Chávez, presidenta de la comunidad indígena kolla Santuario de Tres Pozos, junto a Salinas Grandes.

«Litio no comemos nosotros, batería tampoco. El agua sí la tomamos», agrega Chávez, de 48 años, parada frente a montañas de sal extraída por una cooperativa local.

A unos metros, Bárbara Quipildor, de 47, arma empanadas en una pequeña construcción hecha de sal.

«Quiero que nos dejen tranquilos, en paz. No quiero yo el litio, más allá de que sé que hay mucho dinero», afirma.

«El futuro de los hijos de mis hijos es la preocupación».

Hotel Lithium

Unos 300 km al norte de Jujuy, el salar de Uyuni, en Bolivia, guarda más litio que ningún otro: un cuarto de los recursos identificados en la Tierra, según USGS.

Está en Potosí, región rica en plata y estaño que por siglos movió la economía del imperio español. Pero hoy, más de la mitad de los potosinos son pobres.

Al inicio de su mandato, el expresidente izquierdista Evo Morales (2006-2019) nacionalizó los hidrocarburos y otros recursos, entre ellos el litio.

«Bolivia va a poner el precio para todo el mundo», llegó a decir Morales, que ha llamado al resto de la región a seguir su ejemplo y el de México, donde el litio se nacionalizó en abril.

Sus palabras trajeron esperanza a Río Grande, pequeño poblado de caminos de tierra cercano a la planta de la estatal Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB).

Lleno de optimismo, Donny Alí construyó allí su Hotel Lithium.

Pero la prosperidad no llega y Bolivia aún no produce el metal a escala industrial.

«Nuestras comunidades están olvidadas. Nosotros esperábamos un gran desarrollo tecnológico industrial y, sobre todo, mejores condiciones de vida. Eso no ha llegado», lamenta Alí, un abogado de 34 años, sentado en un sofá del hotel sin huéspedes.

Tras años de estancamiento, el gobierno de izquierda se ha abierto a la participación privada, pero no se sabe cómo se implementará porque la ley la prohíbe.

«Hay quienes opinan que Bolivia ‘va a perder el tren’ del litio. Yo pienso que eso no va a suceder», afirma a la AFP Juan Carlos Zuleta, economista especializado en litio que dirigió YLB brevemente en 2020.

La pregunta, en cambio, es «si esa extracción de litio va a beneficiar a los bolivianos».

 «La próxima China»

El año pasado, un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington atribuyó a «climas de inversión desfavorables y condiciones geográficas más desafiantes» el rezago de Argentina y Bolivia frente a Chile en aprovechar sus vastos recursos de litio.

Pese a las diferencias, los tres países tienen como objetivo ir más allá y empezar a fabricar baterías.

Argentina está más cerca, con una fábrica estatal piloto que prevé comenzar a operar en diciembre.

«En Sudamérica están todas las materias primas necesarias para producir baterías y vehículos eléctricos», explica Zuleta.

«Esto significaría una posibilidad concreta de convertir a Sudamérica en la próxima China», concluye.

Mientras tanto, el hotel Lithium sigue vacío y las comunidades de los salares, en pie de guerra por el agua.

Fuente: El Deber